Cuando sentimos que nuestro hijo “no tiene empatía”
Es muy común que, en consulta, madres y padres me digan con preocupación: “Parece que mi hijo no siente nada por los demás”. En la adolescencia esto puede asustar, porque muchos temen que esa falta de sensibilidad sea el inicio de un trastorno de la personalidad o de problemas graves de salud mental en el futuro.
Antes de llegar a conclusiones extremas, es importante entender qué es realmente la empatía , cómo se desarrolla y qué podemos hacer como adultos para entrenarla día a día.
Qué es la empatía: pensar, sentir y actuar
La empatía es la capacidad de comprender y conectar con lo que otra persona siente, aunque no estemos de acuerdo con ella. No es solo “ser buena persona”; es una habilidad compleja que tiene al menos tres dimensiones:
- Empatía cognitiva : entender qué puede estar pensando o sintiendo el otro. Es la parte más “mental”: leer gestos, tono de voz, contexto.
- Empatía emocional : sentir con el otro. Cuando vemos a alguien sufrir y algo de ese dolor también lo sentimos nosotros.
- Empatía conductual : traducir lo anterior en acciones concretas: escuchar, cuidar, pedir perdón, reparar el daño.
Cuando estas tres dimensiones se entrenan bien, favorecen vínculos profundos, relaciones más sanas y funcionan como protección frente a conductas agresivas o de riesgo.
Por qué es tan importante en el desarrollo
En los cursos sobre personalidad suelo preguntar a mis estudiantes: “¿Cuál es el diagnóstico de salud mental más severo y con peor pronóstico?”. Muchos responden “riesgo suicida”, pero la evidencia apunta a otro: el trastorno antisocial de la personalidad .
Este trastorno de la personalidad se caracteriza por una marcada dificultad para sentir culpa o empatía , junto con conductas abiertamente dañinas hacia los demás. No se trata de asustarnos, sino de entender un punto clave: cuando la empatía no se desarrolla, aumentan las probabilidades de relaciones frías, utilitarias o incluso violentas.
La buena noticia es que la empatía no es todo o nada; se puede promover, entrenar y fortalecer desde la infancia y a lo largo de la adolescencia .
Cómo se entrena la empatía en la infancia
Los niños no nacen “listos” para manejar situaciones sociales complejas. Necesitan que los adultos hagamos de puente entre lo que sienten y lo que hacen. Eso implica algo más que retar o castigar: significa ayudarles a entender qué pasó, qué sintieron ellos y qué sintió el otro.
Ante una conducta agresiva (empujones, golpes, palabras hirientes), en lugar de solo gritar o sacar al niño del lugar, podemos:
- Describir lo ocurrido: “Mira, lo golpeaste y ahora está llorando”.
- Nombrar emociones: “¿Estabas enojado? ¿Te sentiste frustrado porque no te prestó el juguete?”.
- Invitar a pensar en el otro: “Él tiene pena, le dolió lo que pasó”.
- Guiar una reparación: “Ahora necesitamos pedir perdón y ver cómo podemos arreglar esto”.
Este proceso, repetido muchas veces, ayuda a que el cerebro del niño conecte: lo que yo siento, lo que siente el otro y lo que hago. Eso es entrenar empatía , autorregulación y responsabilidad afectiva, habilidades que serán claves más tarde en la adolescencia .
Empatía, adolescencia y agresión
En la adolescencia el cerebro cambia de forma intensa y despareja. El sistema emocional madura antes que las zonas encargadas de la planificación y el autocontrol. Por eso vemos adolescentes que sienten todo con mucha fuerza, pero que aún tienen dificultades para frenar, pensar y ponerse en el lugar del otro antes de actuar.
Sabemos por diversas investigaciones que la falta de empatía está relacionada con un aumento de la agresión, el bullying y ciertas conductas antisociales . A la vez, niveles más altos de empatía funcionan como un factor protector frente a la violencia escolar y mejoran la calidad de las relaciones entre pares.
Como padres, no podemos controlar todo lo que ocurre en el colegio o en redes sociales, pero sí podemos evitar un mensaje peligroso: la indiferencia. Cuando no hablamos de lo que pasó, no ponemos límites claros o “miramos para el lado”, el mensaje que llega muchas veces es: “No pasa nada”.
La culpa no es trauma: es conciencia
A veces evitamos que nuestros hijos sientan culpa porque nos incomoda verlos mal. Pero la culpa, bien entendida, no es un trauma: es conciencia. Es la señal interna que nos dice: “Lo que hice tuvo consecuencias para otro”.
Sin empatía , la culpa no aparece. Y si nunca ayudamos a nuestros adolescentes a tolerar esa incomodidad, se vuelven más propensos a minimizar sus actos, justificar la agresión o culpar siempre a los demás.
Acompañar la culpa no es humillar ni hacer sentir mal por gusto. Es poder decir: “Lo que hiciste me dolió, y también le dolió al otro. Pero aquí estoy para ayudarte a entenderlo y a repararlo”. Eso favorece el desarrollo moral y la responsabilidad, pilares centrales para prevenir problemas más serios de personalidad en la adultez.
Estrategias concretas para entrenar la empatía en casa
No existen recetas mágicas, pero sí prácticas cotidianas que, repetidas en el tiempo, pueden marcar una diferencia real en la adolescencia :
- Mentalizar antes de reaccionar : pregúntate “¿Qué puede estar pasando por la cabeza de mi hijo ahora?”. No importa si no aciertas; el ejercicio ya te pone en una posición más empática para la conversación.
- Usar historias en tercera persona : a veces es más fácil hablar de “la hija de un amigo” o “un compañero del curso” para abrir temas difíciles sin que tu hijo se sienta atacado.
- Buscar la mirada : cuando hablen de algo importante, intenta realmente encontrar sus ojos. La conexión visual sostiene conversaciones que de otro modo se interrumpen rápido o se quedan en monosílabos.
- Apagar pantallas : la empatía requiere presencia. Si revisamos el celular mientras nos cuentan algo importante, el mensaje es que hay otras cosas más relevantes que lo que sienten.
- Regular antes de educar : cuando la discusión está muy tensa, el cerebro entra en modo defensa y no aprende. A veces lo más empático es pausar: “Estamos muy alterados, sigamos conversando cuando estemos más tranquilos”.
- Nombrar la agresión sin humillar : describir con calma lo que pasó, cómo te sentiste tú y qué esperas que ocurra después (por ejemplo, una disculpa o una reparación).
Cuándo considerar pedir ayuda profesional
Si notas que tu hijo muestra una falta de empatía muy marcada, mucha dificultad para sentir culpa, o mantiene patrones de agresión reiterados pese a los intentos por acompañarlo, puede ser útil una consulta en psicoterapia .
Un proceso de psicoterapia especializado en adolescentes y trastornos de la personalidad puede ayudar a:
- Comprender mejor su modo de relacionarse y de regular sus emociones.
- Identificar factores de riesgo y también recursos protectores.
- Entrenar habilidades de empatía , reflexión y reparación del daño.
Pedir ayuda a tiempo no es un fracaso en la crianza, sino una forma de cuidado. La empatía se entrena, se modela y se acompaña. Y aunque no siempre es un camino fácil, puede marcar una diferencia enorme en la vida emocional y en las relaciones futuras de nuestros hijos.